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ETAPA 16. DE VILLAHARTA A OBEJO.

lunes, 28 de septiembre de 2015

ETAPA APADRINADA POR MIGUEL Y JOSE

Menorca guarda dos tesoros. Pese a que estemos tan lejos, siempre os recuerdo con un apretoncito en el corazón. Vuestra hospitalidad y buen trato es un regalo; es un gusto contar con amigos como vosotros. ¿Presentaré en vuestra librería mi futuro libro? Quién sabe. Gracias Jose y Miguel.



Contador de Kilómetros: 382,3


Etapas como esta compensan todas las bajonas habidas y por haber. Por acompañar, ha acompañado hasta la meteo, con unas nubes durante todo el trayecto que le hacían a uno empequeñecer. Aunque he dormido reguleras, estoy bien de energía, y eso también ha adyudado. Claro que la palma se la ha llevado el camino, con una bandera azul espatarrante. 

 Mis acompañantes de hoy.
 

A las siete y media, otra vez con los primeros claros, enfilaba la carretera de Pozoblanco en búsca del camino de las Monjas, que debía dirigirme al Guadalbarbo. Este camino, tras vadear el arroyo del Enjambradero, se coloca en una cuerda con algunos cortijos y donde un burranco ha sido el primero de los animales que me ha mostrado afecto. Y aún sin haber salido el sol, ya los momentos previos al amanecer eran esplendorosos desde esas alturas, y con esas nubes. Yo ya andaba entrando en modo Stendhal.

 Vistas desde el camino de las Monjas.

Barranco del enjambradero.

Esta familia es muy burra.


Al comenzar a bordear el cerro más alto, en ligera bajada, ha sido cuando me he dado cuenta de la envergadura de lo que tenía delante. De aquí hasta la llegada al puente del Guadalbarbo (Agua – bereber, porque aquí se asentaron grupos de bereberes en la época de dominación árabe), le pongo a este tramo una banderaca azul, ondeante y resplandeciente. Primero en un entorno de dehesa poco clareada para ir entrando en un esplendoroso cultivo de olivar de montaña, con abarrancamientos espectaculares y cerros que me han recordado más bien a las béticas. Además, aquí sí, el sol me ha guiñado un ojo al comienzo de la bajada. Y en todo momento una dimensión de vistas que me impactaba. Volveré a hacer este tramo en época de lluvias algún día.
Una de las muchas vistas de este espectacular tramo.

 ¡Vaya guiño bueno!

 Llegando al Gadalbarbo. No me digáis que no...


 Este entorno me ha enamorado.

A partir de ahí, el camino se encarama hasta la carretera de Obejo a Pozoblanco, dejando atrás un entorno parecido pero de perfil más suave, olmos negros majestuosos y una noria de sangre. El tramo de carretera, algo largo, vuelve a regalar unas vistas enviadiables de la sierra morena cordobesa. Y en unos pocos kilómetros, ya Obejo desde su atalaya se presenta como meta a alcanzar.

 El ascenso estaba tapizado por álamos negros de gran porte.

Noria de sangre.

El ascenso también era delicioso.

Y esto se veía desde la carretera.

Obejo el encaramado. Hacia allí voy.

Para llegar al pueblo, se toma por un camino que circula por las Dehesas de la Vega, que presentan un estado de mantenimiento excepcional. Metros y metros cuadrados de dehesa recién labrada, pequeñas cuadras con todo tipo de ganado a un lado y a otro, y varias granjas dan una idea clara de que Obejo es eminentemente ganadero y oleico. Siempre con el pueblo encaramado en un cerro a la derecha, el camino va volteando la vega hasta que otro camino se encara decididamente en su búsqueda. Y aquí, en el comienzo del repecho una manada de vacas liderada por la matriarca vaca, se ha puesto a seguirme y yo no he podido más que mearme de la risa. Entre risas y sudor por el esfuerzo, he llegado a la cumbre de Obejo el pintoresco. 

 Esta y las dos siguientes, espectacular Dehesa de la Vega.


 
 Me ha faltado llorar de la risa con las vacas.
 

Juan, el teniente de alcalde, me ha recibido y junto a Inma me han alojado en una casa rural, La Boticaria, que es de lo más acogedor que me he encontrado en esta aventura. Ya por la tarde me ha guiado para conocer un poco más a Obejo y sus ovejeños. Cierto es que hay huellas de poblamiento íbero no muy lejos del pueblo, al otro lado de la dehesa por la que caminé por la mañana, pero el origen del actual asentamiento está documentado en época árabe, y se correspondería con Ubal, cuyo castillo serían los restos que se encuentran en lo alto del pueblo. Es curioso que, en la reconquista, pasaron varios años desde que, tras la toma de Córdoba, las tropas de Fernando III se percataran de que faltaba este enclave por conquistar. Fijaos si el pueblo es recóndito y está lejos de todo. Parecía como si se quiseran ocultar, al estar lejos de cualquier camino, sin fuentes en el núcleo urbano, lejos de todo comercio... posiblemente fuera para salvaguardar algo de riqueza minera que puediera tener el poblamiento, y que quedaría corroborado con los restos de galerías de yacimientos de cobre oro y plata que hay por el pueblo. Del castillo, sólo quedan unos mínimos restos, aunque si uno se aleja del pueblo, ve claramente cuál era el perímetro del mismo.

Esto es lo que queda del castillo.


Dentro de lo que sería la fortaleza, se erigió la iglesia de San Antonio Abad. De techo artesonado y con antiguas columnas de mármol, tiene un especial encanto, y aún incrustado en una pared de la fachada, una placa franquista que va a desaparecer en breve. 

 Esta y la siguiente, vistas externas de la iglesia.

 Esta y la siguiente, interior de la iglesia. La última, detalle de una de las columnas.

 

El caserío, de trazado irregular es más bien humilde, con esacaso ejemplos de arquitectura popular palaciega, pero con un encaje armónico que convierte en un disfrute cualquier paseo por sus calles. Por cierto, algunos nombres de calles son: Calvario, Angosta, Cerrillo... Así que caminando por aquí, uno hace "culo Obejo", que se llama, que es un estupendo ejercicio para mantener los glúteos bien firmes.
 Así es el trazado.

Una de las pocas casas "nobles", que sigue siendo de aspecto humilde.

Juan me ha llevado a unas lomas en el sur de la localidad desde donde las vistas tanto al pueblo como a la vega del Guadalquivir, quitaban el hipo. Y luego hemos visitado la Ermita de San Benito, de gran devoción en el pueblo. A unos tres kilómetros de la localidad, tiene dos romerías al año y como digo, muchísima devoción, con su "sala de las ofrendas", donde se dejan las señales de las promesas al santo. Yo sólo he fotografiado unos muñecos hechos con cera, pero os aseguro que entre trenzas, prendas de ropa y demás, me ha hecho que vaya de puntillas. Y a mi parecer, el principal patrimonio folclórico del pueblo: la danza de las espadas, que se realiza en la explanada de la ermita. De origen guerrero, del siglo XVII, también es conocida como el "Bachimachía". 32 tipos con su traje típico, danzan en fila de a uno, de a dos, de a tres, con una tonada característica. El final es espectacular, ya que el maestro, simula un ahorcamiento: el patatús. Con las espadas al cuello de los danzantes, el maestro va echando la lengua a un lado y a otro, y hacia el lado que marque la lengua se mueven los danzantes. Otro motivo más para visitar este espectacular pueblo que tiene mucho que ofrecer al visitante. Ya sabéís, por San Antonio. 
 Qué bonito se ve desde lo alto.

 Ermita de San Benito.

 Uy.

 Así visten. 


Muchas gracias Juan por tu hospitalidad y por enseñarme Obejo desde una visión tan obejeña que me ha encandilado. ¡Volveré!




1 comentarios:

Unknown 28 de septiembre de 2015, 14:09  

Ánimo! !! Buenos pueblos nos haces conocer! Un abrazo! !!!

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